10 de septiembre de 2010

La varita mágica.

     Hoy todo se despertó preparado, concienciado de cuánto sobrevenía, el cielo conocía por dónde soplaría el viento, el árbol que acabaría "mareado" y el basurero que su trabajo hoy sería "de chinos". Todo estaba predispuesto, todo organizado, todo...aclarado, salvo las reacciones de los niños en su primer día de cole.
     Bien temprano, con sus lagañas en los ojos, mis hijas se levantaron: el aseo, el cola-cao, los dibujitos, la maleta y en ella, el cuaderno, el boli y la agenda, todo, bien ordenado; - al cole!, dijo Luisa, mientras abría la puerta de casa. Sofía entusiasmada, dialogaba conmigo sobre los juegos con Cinthia, su mejor amiga; nerviosa se colocaba en los hombros bien su mochila de Campanilla, me sonreía, preguntaba si tenía bien peinada su coleta, me aceleraba el paso con energía. Luisa decidió cambiar la ruta acostumbrada por otra más segura, sin comentarme nada, utilizó todos los pasos de cebras, yo tras ella de la mano de Sofía, mientras ella, ya más mayor y más segura de sí misma, nos guiaba el recorrido. Se agarró a mí y comenzó a rogarme que le comprara su varita mágica azul, la cuál llevábamos días buscándola y no la encontrábamos. Sofía, niña a la que no se le escapa ni una, aprovechó para pedir una pero en rosa, de princesa rosa precisó. Yo no pude escurrir el bulto y sabiendo que las haría felices accedí a comprárselas.
     Sofía corrió a los brazos de su amiga, la cuál la imito en acciones, un beso, la puerta se abrió y la despedida "de revista", natural, tranquilizadora....así hasta que salió con el mismo gesto de alegría, preguntando por su varita y comentándome su día.
     Luisa y yo nos fuimos al colegio de primaria: !A tercero, Luisa! Ahora si estás en tercero. Si mami, pero cuando salga del cole, ¿me tendrás la varita?. LLegamos, la puerta permanecía cerrada, los niños revueltos, con reencuentros similares al de Sofía y Cinthia, Gisela, una compi de clase, vió a Luisa, Luisa se sentó a su lado y ambas esperaron a que se abriera la puerta, desde lo lejos, ya no consiente que me acerque, yo intentaba lanzarle un beso o agitar mi mano, !algo!, ella simplemente entró y salió. Salió contentísima, su hermana en primera fila para recibirla y abrazarla, ya sale sola, ya nadie me la da en la mano, ni la nombra, y tras prácticamente subirse en mí me interrogó sobre dónde estaba y cómo era la varita. Le pedí que esperara para verla bien puesta en su cama y lo hizo.
     Ya en casa, cruzó el pasillo a la velocidad del sonido, más cuando yo aún no había dejado en el cajetín las llaves y acariciado a mi Yessi (nuestra perrita de agua) sonó un berrinche intercalado con explicaciones de cuántos errores había cometido en la elección de su varita: razón tenía más yo no podía hacer otra cosa.
     Al dejarlas, llaves en mano entré en el garaje, aceleré cuanto pude y no pude mucho, pues hoy todo estaba advertido y el puente sabía que lo cruzaría un barco, que los coches pararían sus motores, y que los conductores oleríamos la Bahía de Cádiz, pero yo no saboreaba el olor a sal, contaba con apenas dos horas para llegar y volver de San Fernando, mi corazón se retorcía, el reloj no frenaba y arrancamos. Ya en las tiendas, las negativas de las dependientas me entristecían, pero quedaba una, el mundo de Disney debía tenerla, Cenicienta es celeste me dije, más no la tenían, había una blanca, de la Campanilla blanca, una rosa de la Campanilla rosa y me traje dos iguales, preciosas, cualquier niña hubiese soñado por convertir la rana en príncipe con ella, con ella Sofía ha impregnado mi pelo con polvillos mágicos, pero Luisa no, ella la quería para convertir a su hermana en un hombre y a su perra en un perrito pequeño y blanco igualito a su peluche.
     Así que quise enojarme, quise indignarme por su ingratitud, pero no lo hice, ella se encolerizaba y me fustigaba las sienes, le pedí que se calmara, que debíamos buscar una solución a su problema sin llorar. Y lo hizo, y lo hice, reflexionamos ambas sobre cómo la quería y le invité a escribirlo, yo iba leyéndolo mientras estructuraba mi mente y le dejaba hueco al pensamiento, encontré un varilla de un estor no colocado, restos de papel de empapelar de cuando ella era bebé, cogí cola, flixo, tijeras y !manos a la obra!, !Üalá!, varita celeste de estrellitas con una estrella inmensa y una sonrisa eterna......!qué crédula yo!, hasta que vió que no funcionaba. Entonces la dejó, me preguntó qué había de almorzar y me manifestó su descontento así como que sería un acierto que le comprara una varita de maga. Y yo me pregunto: ¿creerá mi hija realmente en la magia?.
     "Para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo muy duro: has de enderezarte a tí mismo".
Buda.

2 comentarios:

concha dijo...

Hola Mari:
Por fin tengo un momento para cotillear por aquí, tus reflexiones son muy interesantes.
Pues claro que cree en la magia ¿tú no? ¿que es lo que haces todos los días? se llama magia, guapa.
Besitos

Aula de Paz dijo...

Yo también creo en la magia, Mªdel Mar. En los trucos de magia, que se aprenden y cuanto más los ensayas, mejor salen. Y me da alegría que sea así... porque, igual que tú, cuántas veces puse toda mi energía, ganas de hacer lo correcto, de que alguien tan querido fuera feliz y se cumplieran sus expectativas...para fracasar y llenar su corazón con una frustración más y el mío quedarse malherido.
Pero voy aprendiendo, voy conociendo más acerca de su visión de las cosas, de sus ansias e inquietudes y aunque lentamente, como dice Concha, se produce "magia" cada vez con menos esfuerzo. Aunque sigo diciendo al acostarme...mañana lo haré mejor.
Y tú...me llevas mucha ventaja, no hay más que leerte. Ánimo, cielo!!Un beso