25 de marzo de 2011

Veinte minutos, diez años.

Juan cerró la puerta de personal y respiró profundamente. Como en una escala invertida, retrocediendo veinte minutos atrás, sus temblorosas manos atinaron a pulsar la opción de grabadora en la pantalla táctil de su móvil, alojado en uno de tantos bolsillos de su pantalón "portatodo". Aliviado por la prueba recogida, acudió a su puesto de trabajo, mientras se manchaba de grasa su cuerpo y su ropa, subía la temperatura de su termómetro emocional, trepaba por él un ardor inusitado que lo aisló del resto de sus compañeros hasta que sonó su reloj. Soltó sus herramientas suavemente para que la gravedad las colocara en el suelo del que se levantó súbitamente, sin coordinar bien sus pasos, no se aseó ni recogió sus instrumentales, no se despidió, sólo fichó y partió para poner a salvo la grabación, desvincularla de las mismas estancias de aquellos dos jefes.

Con la fuerza y empuje del viento de levante logró acercarse hasta su vehículo como la arena de la playa a la carretera, en su interior reprodujo la grabación, pero su mente viajó en veinte minutos diez años atrás, a la ilusión con que emprendía sus jornadas, con la lealtad a sus compañeros, la motivación del progreso y la estabilidad económica con la que brindaría a su familia.
Yo no lloro, se repetía cuando lejos de los sonidos, las voces que escuchaba eran las que lo humillaban, lo arrinconaban, lo despreciaban, lo amenazaban, lo privaban de reconocer lo bello, lo necesario, lo arrojaban cual deshecho a la basura.

Aparcó su coche entremezclando alivio, miedo, vacío, pérdida y ganancia, cuando su mujer apresurada al oir el coche, corría hacia el balcón para ver las expresiones de su cara. Cada jornada que hacía Juan, Ana las recreaba inconscientemente sin poder evadirse y afanarse en su faena, se desgraciaba por el mal de Juan, por su declive personal, por la transformación de su persona en alguien más triste, más confinado. El ritmo de ella acompasaba el ritmo de él, la simbiosis solidificada debían destruirla, derretirla.

Juan endulzó sus labios al saludar a su mujer, fingió derrochar alegría al abrazar a sus pequeños y fue el campeón de los videojuegos. Entre susurros al oído de Ana rebuscando en su rostro brillo en los ojos, alguna sonrisa le decía "los tengo"...

Que cada día exista más moving y menos mobbing.



5 comentarios:

Pakiba dijo...

Muy triste la historia de Juan, tiene que ser tremendo cuando te hacen la vida imposible (las personas somos malas por naturaleza)y algunas más.

Fiaris dijo...

¡UUUFFFFFFFFFF! que maldad!
abrazo.

concha dijo...

Es muy importante mantener la cabeza fria y buscar ayuda, un buen sicologo y un abogado, los sindicatos tienen a la gente mas preparada, y no dejarse comer la moral, y mantener el espiritu de lucha.
Es una pena comprobar el estilo depredador que se utiliza en las empresas, cada dia peor.
Me encanta Macaco......es tan alegre....
Besitos

josefina dijo...

Una historia triste.
Un beso

Princesa115 dijo...

Una historia bastante triste, pero muy bien contada. Aunque intentara disimular, esos ojos le delataban.

Me gustó

Un beso